2- Nocturno.
Pero una noche, me desperté
sobresaltado, no podía respirar, me incorporé en la cama, de pie, desnudo y
empapado en sudor contra la ventana, intentando en vano insuflar aire en mis
pulmones, pero mis roncos intentos parecían vanos, el aire no entraba: Un ronco
gemido de entrada acompañado de otro más angustioso de salida, una vez tras
otra, me decían claramente que me estaba asfixiando.
La persiana no estaba bajada
del todo y pegado casi al cristal pude ver el paisaje nocturno, la masa oscura
y arbórea, un recuadro enrejado amarillo, casi naranja. Había luz en la casa.
Me sobresalté y fue entonces
cuando mis bronquios se expandieron dando paso a una bocanada de verdadero
aire. Al recobrar el aliento miré agradecido de nuevo hacia fuera. Pero solo vi
sombras. Nada más. Perplejo me fui al aseo, y me limpié la garganta y la nariz
atascadas y volví a la cama, pensando seriamente en que no debo fumar, esto
solo me pasa cuando fumo, aunque a decir verdad, tenía un pelo en la garganta.
Me dormí con ardor en el
pecho, pero luego, sentí como si mi cuerpo se hubiera liberado por completo y
una paz infinita me transportó al mundo de los sueños, y allí estaba ella.
Oculta por un velo negro
traslucido su cuerpo se mantenía quieto en la estancia, una habitación pequeña y desnuda, iluminada
por la luz anaranjada de las velas que se consumían en las esquinas, provocando
sombras que impedían dibujar con exactitud ese limbo.
El suelo polvoriento
conservaba restos de cosas indecibles, como fragmentos de ladrillo o botellas,
maderas o tal vez trozos de tejas… podía verla claramente en aquella habitación
bajo un cielo estrellado que se filtraba a través de las vigas del techo.
Ella miraba directamente a la
ventana, y aunque yo no podía ver sus ojos, sabía que eran negros como la
noche, brillantes como la luna y que estaban mirando a través de la enrejada
ventana de la casa de al lado, directamente a la ventana de mi dormitorio.
Continuará.
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