Get up.
El zumbido del despertador de la
blackberry me despertó, busqué el dispositivo a tientas y pulsé en posponer 5
minutos. Me encanta permanecer en la cama un poco más, es el mejor momento del
acto de dormir. A veces pospongo y pospongo, hago un repaso mental de los
quehaceres del día y me levanto.
Pero esa mañana estaba inquieto por el sueño y me levanté
a la segunda tanda de zumbidos.
El agua caliente tarda mucho en salir bien caliente,
demasiado. “Tengo que ver la manera de aprovechar el agua,” pensé mientras me
enjabonaba.
Me preparé mi desayuno digital, es decir ante el pc,
trabajando. Es una forma de recuperar el tiempo que pierdo en la cama.
Revisé el correo. El día era nubloso pero no frío. Busque
la cámara y me abrigué para salir, estaba dispuesto a hacer unas cuantas fotos
de los graffitis que se entrevén en algunos muros tras los árboles. Y de paso investigar
en el jardín prohibido de la casa encantada.
Salí y rodeé la manzana hasta acercarme al muro exterior
de la finca. Hice algunas fotos y vislumbrando un hueco en la ruinosa verja que
circunda el jardín, penetré en él.
Bajando por una rampa de tierra que bordea el edificio
pude comprobar que, aparte de los gatos, el lugar había sido hollado con anterioridad
y de forma asidua por seres de mayor tamaño.
Vagabundos, chavales de botellón… quizás parejas para
darse el lote.
Avancé entre la descuidada jungla de malas hierbas, árboles
y arbustos, hasta una construcción alargada de un solo piso cuyas paredes enfoscadas
estaban cubiertas de graffitis.
Y a cubierto de las miradas de curiosos, aunque la calle
adyacente es muy solitaria, comencé a disparar el obturador como un reportero
en tierra hostil.
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