El Capitán Barbazul
recorrió la cubierta aparentemente sumido en sus pensamientos.
La tripulante que estaba
de guardia le saludó con respeto, a lo que él contestó con un leve gesto. Oteó
el horizonte nocturno con su catalejo, ni una vela a pesar de la luna, que
cazadora de sombras iluminaba el mar en calma.-Avísenme si ven algo. -dijo y se dirigió a su camarote.
Como muchas noches, el Capitán Barbazul penetró antes en su gabinete privado, aquel donde conservaba los retratos de sus esposas. Estas le sonrieron ardientes, esperando ser complacidas y el las sonrió a todas agradeciendo su recuerdo.
El Capitán tenía fama de
mujeriego, de cazador de corazones, de malvado depredador que caza y luego
abandona a su presa a los rigores del océano. También se decía que ese gabinete
era la sala de sus trofeos. Retratos y objetos de cada víctima. Pertenencias
tales como un rizo de pelo, un trozo de encaje, una liga, la mancha de carmín
en un pañuelo, un frasco de lágrimas, una cajita de música con sonrisas.
Lo que nadie sabía era que entre los recuerdos de cada esposa había también un trozo del corazón del capitán. Que cuidadosamente éste había extirpado y colocado entre los objetos queridos, bajo cada retrato. En ofrenda de su amor por ellas.
-Buenas Noches Señoras. -Saludó con una reverencia y salió del gabinete para entrar en el camarote.
Abrió el cajón secreto y extrajo la hipodérmica y el frasquito. Y ansioso se inyectó la droga que le permitía vivir sin corazón.
La droga que como una venda ficticia unía los trozos entregados y apretaba las cicatrices de las heridas recibidas en tantos años de singladura.
Pero no le dio tiempo a tenderse en el lecho. Pasos en cubierta, barullo.
Salió del camarote a toda prisa.
-¡¡¡Mi Capitán, Corazón a la Vista!!! ¡A Estribor! –gritó la vigía.
-¡Avante a toda vela! Gritó El Capitán Barbazul henchido de euforia.
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