Me despierto pero no me
levanto, dejo que remoloneen los minutos bajo las sabanas.
Tengo algo en el pantalón que
me recuerda que estoy vivo. Me incorporo, abro la persiana con la esperanza de
un poco de sol. Y tengo suerte. La casona encantada, cada vez más cochambrosa,
sigue ahí. El sol traza luces tras ella y recorta los arboles.
Me levanto al fin, pero al
salir al pasillo, mi casa no está.
Un mar inmenso lo invade
todo, piso la arena sucia de una playa donde la marea ha depositado un montón
de dispositivos multimedia.
Las olas son un mar de
objetos, coches, edificios y billetes usados.
Sobre una roca un portátil
encendido. Suena cualquiera de esas canciones que te puedan estremecer porque
te recuerden un momento especial de tu vida. Y en la pantalla se reproduce una
y otra vez la maravillosa y espeluznante historia del siglo XX. Paradójica y
cruel.
Un cartel publicitario se
asoma entre las palmeras: “Bienvenidos a Playa XXI, disfruta de la resaca”
Y me pregunto qué hago
aquí. Por qué me levanto cada mañana y me esfuerzo. Por qué al final acabo siempre
en esta playa.
Mañana me internaré en el
desierto.
Me despierto pero no me
levanto, los cuerpos que he amado se acurrucan tiernos sobre mí. Dejo que remoloneen los minutos bajo las
sabanas.
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