-La víctima también es culpable.
-¿Cómo puede decir eso, Vanhelsin? – Froid se revolvió
indignado en su confortable sillón del club de los caballeros solitarios.
-Elemental Froid, –aseveró
el severo profesor mientras ojeaba el catálogo anual de vampiras exquisitas - el vampiro solo puede acceder a su víctima si
es invitado.
- Es usted injusto, profesor. –y se ajustó los anteojos- Bien
sabe cómo actúan los amantes vampiros: proyectan una pantalla psíquica sobre sus víctimas, estas creen tener ante si
al ser deseado ancestralmente, ese que cubre y satisface ampliamente sus más íntimas
fantasías y necesidades…
-Siempre hablando de sexo doctor Froid. –El profesor dio
un sorbo a su roja bebida.
-No es solo sexo, y usted lo sabe Vanhelsin, es algo más.
–el doctor Froid se echó hacia delante gesticulando con el índice - Basta un
beso para inocular el veneno de la posesión. Y la víctima ya no puede escapar…
-En eso estoy de acuerdo, Froid, el veneno de la posesión…
-Vanhelsin cerró el catálogo con un dedo entre las páginas- El amante vampiro posee a su víctima desde el
primer momento, pero no se deja poseer nunca, de hecho la aleja de sí, la rechaza
y minusvalora siempre que puede. Por lo que la victima siempre está a sus
expensas, anhelando el beso, la caricia o la aceptación de su vampiro. Incluso
disfruta con el castigo.
-Exacto – Froid se mesó la barba-, así cualquier halago o acercamiento del
vampiro hacia su víctima, es visto por ésta como una posible culminación de la
totalidad de sus deseos. Y se crea una red terrible de sufrimiento y éxtasis
que poco a poco va anulando la voluntad de la victima amante. Es como una droga
psíquica. Cuya dosis solo proporciona el vampiro en cada acercamiento, incluso
en el rechazo.
-Pero sigo pensando, Froid en la culpabilidad de la
victima que elige al vampiro como pareja.
-O el vampiro a la víctima, Vanhelsin, todas las víctimas
son elegidas por su gran energía, y vitalidad. -Froid hizo una pausa, sus ojos
buscaban algo en el aire- Y el amante
vampiro, (que en el fondo carece de esa energía, positividad y poder, pero que
oculta esa debilidad bajo su carácter dominante, su seductora presencia y su
caprichosa desenvoltura) no duda en ejercer su influencia, porque
desgraciadamente él también se siente atraído por su víctima…
-Bueno, ya está bien de cháchara. -dijo Vanjelsin
mientras apuraba su Bloodymary- ¿Qué le parece ésta? – y le mostró a su colega
la foto de una vampira estupenda.
-¡Yvanna! Hermosa, lasciva, fascinante. Perfecta para
usted, a su medida. Muy elegante.
-Bien, y usted Froid. ¿Cual prefiere? Déjeme adivinar…
Hanna, la vampira mesonera.
-¡Maldita sea Vanhelsin!
¡Cómo conoce mis gustos!
-Es usted un libro abierto, Froid, miré, por ahí vienen.
-¡Ah! –Exclamó Froid mientras las dos hembras vampiras surgían
de las sombras de la antesala. Hermosas, lascivas, seductoras, perversas,
perfectas. Deslizándose hacia ellos, irradiando
una aureola psíquica de sexo y pasión.
Froid se levantó caballeroso para recibir a las vampiras.
Vanhelsin tampoco se hizo de rogar. Y dijo al fin:
-No se deje besar, Froid, no hemos venido a Transilvania para
eso.
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