Natalie Dybisz |
Es un viernes más, se escucha en el fondo de la almohada y una máscara con sonrisa espera sobre el libro de misa y la mesita de noche. Son las casi las siete dice el despertador.
Otro viernes desorganizado por caducar.
Otro día en el que Sofía no deja entrar a nadie y tampoco se va a ningún lugar. Otro instante que se pierde en el refugio absurdo que le ha montado a sus ganas minadas que nadie puede ver. Esas que dicen que van del revés y le averían los cariños que le caminan por debajo de la razón, de la sonrisa, de la blusa y adentro del corazón.
Otro momento de Sofía que se escapa. Que se pierde en el retiro sin matices en el que esconde la cabeza para que no le de el aire, sin luces fluorescentes ni brillantes. Sin salir de abajo de las sábanas, sin pájaros en la cabeza y mariposas en el estomago (...) y todo por culpa de ese miedo de aparecer de la nada y querer como el corazón le manda para inflarse los deseos con lo que se le de la gana.
Maldito pánico (...) Ese pavor que le genera abandonar su altar y cambiar el corazón de sitio.
Sentir lo que me nace sentir, se escucha de nuevo en el fondo de la almohada y este viernes común de repente y de golpe se vuelve más real y menos triste.
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